martes, 30 de julio de 2013

Náufrago en una ucronía habitada

He descubierto unos manuscritos del último hombre que habitó en el castillo y me han parecido tan inquietantes que no he parado hasta que no he creado un programa de lectura de decantaciones de la aleatoriedad basado en mediciones de una bateria perinolada de sensores de realidad previamente ichingtada.
He puesto los atractores una y otra vez. Daba igual que fuesen mariposas, antifaces o sujetadores el resultado era siempre el mismo; vivo en una ucronía.
Tengo una sensación de naufragio, de estar fuera de la civilización y de las rutas transitadas: estoy en un tiempo paralelo al tiempo real y por tanto siento este tiempo como algo irreal, espectral.
Y la separación no es por poco. Es grande. El tiempo real es, como siempre, cercano a la normalidad, a la naturalidad, a ser muy posible, a ser enteramente probable. Y este tiempo que habito no es así; está lleno de anormalidades, de desnaturalización, de imposibilidades manifiestas y de nulas probabilidades. Más que ucronía es distopía.
Estoy trabajando en encontrar dónde se separaron las dos corrientes y en fabricar una imposible máquina del tiempo con la que pueda ascender por los torrentes descendentes del tiempo y sus cataratas hasta llegar a esa bifurcación y allí montar un bar de carretera con una terraza desde la que se vean al atardecer los bosones cayendo en lentas espirales. Crepitando.